martes, 12 de enero de 2010

¿POR QUE CONTINÚO PECANDO?

De vez en cuando escucho a algunos que profesan ser cristianos preguntar (con voz de impotencia): ¿Porque Dios no me quita estos deseos para que yo pueda dejar de pecar? Estas son personas que dicen que verdaderamente desean ser libres de su pecado sexual, del uso de la pornografía, la masturbación, etc. De acuerdo con la Palabra de Dios, la respuesta es simple: Porque ellos continúan escogiendo desobedecer a Dios. Jesús dijo: “Si me aman obedecerán mis mandamientos” (Juan 14:15). Dios nos ha dado la voluntad de decidir y si vamos a salir del lio en el que nos hemos metido, entonces nosotros mismos debemos empezar a tomar las decisiones correctas.

Nosotros los seres humanos somos criaturas muy inteligentes. También somos muy predecibles. Nuestras acciones demuestran nuestras prioridades.

Tenemos una conciencia que diferencia el bien del mal y, aunque tratamos de hacer el bien, también estamos dispuestos a hacer el mal, a pesar del hecho de que sabemos que está mal. También tenemos la capacidad para justificar nuestras decisiones pecaminosas con excusas que nos hacen sentir lástima por nosotros mismos. Si bien algunos tienen legítimos traumas que tienen que superar, la mayoría de nosotros sabemos que nuestro pecado es simplemente una patética opción a ceder a nuestros deseos carnales por un momento de excitación y placer. Nos dejamos arrastrar por nuestras bajas pasiones, esa vieja naturaleza que busca placer y que nos aparta del Creador.

¿Quién es el culpable?
¿Por qué seguimos consintiendo esos pecados, aquellos actos que no podemos controlar y que están destruyendo nuestra vida? Aquí hay algunas preguntas que son útiles para identificar al culpable de nuestras acciones pecaminosas:

1. ¿Con qué y con quién te rodeas?
2. ¿Están tus amigos ayudándote o perjudicándote cuando se trata de vivir una vida que agrade a Jesucristo?
3. ¿Cómo estas pasando tu tiempo libre?
4. ¿En qué piensas en tu tiempo libre? ¿Te dedicas a la fantasía?
5. ¿Encuentras excusas para tus situaciones pecaminosas y después sientes pena por ti mismo?

Escucha lo que la Biblia dice: “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él”. Pasamos haciendo las cosas que amamos. El mundo tiene tanto que ofrecer y el diablo no las presenta justo de la forma que nos gusta. Pero se nos ha dicho: “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre sino del mundo” (1 Juan 2:15-16).

¿Estás lleno de deseos por tener relaciones sexuales y experiencias placenteras antes del matrimonio? ¿Te la pasas pensando en formas de alcanzar placer con nuevas formas de depravación sexual? ¿Te hallas explorando nuevas fantasías sexuales como resultado de todas las imágenes indecentes con las cuales has llenado tu mente y tu corazón? ¿Planeas durante todo el día el momento en que estarás a solas para entrar a esas páginas de pornografía que encontraste en el internet? ¿Estás teniendo relaciones con tu esposa y al mismo tiempo estas adulterando en la mente con alguna otra persona? Si tus pensamientos frecuentemente caen dentro de alguna de estas categorías, quizás has encontrado a tu enemigo. Jeremías 17:9 nos revela: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” y Jesucristo dijo: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. Éstas son las cosas que contaminan a la persona, y no el comer sin lavarse las manos” (Mateo 15:19-20). ¿Puede el problema estar dentro de tu propio corazón? Solamente tú sabes la respuesta a esta pregunta, pero todos podemos estar seguros que un corazón que no ha sido redimido producirá todas estas cosas en abundancia.

Me atrevo a decir que todos deberíamos en este punto poner nuestro orgullo a un lado y revisar nuestros corazones cuidadosamente. Pasemos un tiempo delante de Dios pidiéndole que examine nuestros corazones y nos permita recordar toda la suciedad que aun tengamos, y que podamos rendirnos completamente ante la misericordia y el poder transformador de Jesucristo. El hipócrita que se auto engaña esta en el peor de los estados. El cree que todo está bien entre él y Dios (y cree que no tiene necesidad de cambiar o auto examinarse), cuando en realidad, nada está bien.



Pídele a Dios que haga un trabajo profundo exponiendo todos los deseos y las intensiones de tu corazón. Pídele que despierte tu conciencia y te muestre toda la lujuria y los bajos deseos que aun te dominan. Este es el primer paso para encontrar victoria sobre tu pecado.

Sal de la negación y reconoce que necesitas de Dios para limpiar tu corazón y transformar tu vida.











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