miércoles, 29 de junio de 2011

¿PUEDO RESOLVER ESTO A SOLAS?

Algunas  de las preguntas más frecuentes que recibo de aquellos que admiten tener luchas en su sexualidad son: ¿Puedo resolver esto a solas? ¿Realmente tengo que contarle a alguien sobre esto?  No importa quien hace la pregunta: joven o viejo, hombre o mujer, padre o adolescente, casado o soltero; la mayoría de nosotros queremos esconder aquella parte de nosotros que está afectada para evitar que nos juzguen o nos ridiculicen o pasemos una vergüenza.

Aunque esta es una reacción natural, no es una reacción saludable. Quizás eres un estudiante que acaba de admitir que el uso del chat o del Internet se ha salido de control, o quizás eres un hombre de negocios cuya infidelidad acaba de ser descubierta. Este es el momento de la verdad: ya no puedes seguir negando que hay un problema en tu vida. Quizás  te sientes tentado a usar este comportamiento como una excusa debido a tu edad, al estrés, a las circunstancias, etc. Nadie está tratando de obligarte a confesar que eres culpable, simplemente el admitir que tu comportamiento es problemático y poco saludable es el primer paso para poder continuar en la recuperación.

La gente tiene dificultad con este primer paso, mayormente porque solo ven el estigma asociado con la adicción sexual. Algunos lo ven como el peor pecado de la lista.

Hazte las siguientes preguntas:
·         ¿Te gusta realmente lo que estás haciendo?
·         ¿Es esta la vida que imaginaste para ti y tu familia?
·        ¿Crees que tu vida será mejor  si continuas con tu actual comportamiento?

Si respondiste que “no” a estas preguntas, has dado tu primer paso, has reconocido que tu vida no es lo que debería ser. Muchas personas están convencidas de que pueden vivir dos vidas, la normal, aquella que  incluye el mundo real y la gente real, y el mundo de fantasía, aquel que incluye imágenes en computador, situaciones imaginarias, separación del resto de la humanidad y una vida llena de secretos y de soledad.

Para algunas personas, esta doble vida ha sido un puerto  seguro  al cual han acudido en situaciones de estrés y de  dolor en su vida. Quizás has gastado una considerable cantidad de tus fuerzas manteniendo tu adicción oculta. Sabes que tu comportamiento es impropio, pero no buscas  ayuda. Sin embargo, si  eres honesto contigo mismo, ya has tratado de detenerte anteriormente y has vuelto a caer. Este es el comportamiento adictivo: te dices a ti mismo unas cien veces que no lo volverás a hacer. Logras detenerte por algún tiempo, pero algo ocurre en tu vida que genera una recaída y vuelves a hacerlo. Oras, lloras, y prometes no volver a hacerlo. Al final, nada funciona y terminas regresando a ese viejo hábito que esta destruyéndote por dentro.

¿Qué te detiene para compartir este problema con otras personas? Algunas respuestas comunes son: miedo, vergüenza y culpa. Adán y Eva también sintieron miedo y vergüenza cuando desobedecieron a Dios. Se escondieron de Dios y cubrieron sus cuerpos con hojas.

El pecado tiene ese efecto en nosotros. Produce separación, soledad, miedo y vergüenza. El pecado trata de convencernos de que no tenemos valor y que no somos deseados. La reacción de Dios hacia el pecado de Adán y Eva fue un justo juicio, pero también fue compasivo. El les hizo mejores ropas para aliviar su vergüenza. También les dio la promesa de que El enviaría un Salvador para redimirlos del pecado y de la muerte. Así mismo como heredamos el pecado a través de nuestros primeros padres, también heredamos la promesa de Dios de perdón y salvación, la cual se encuentra en Su Hijo Jesucristo.

Más allá del miedo, la vergüenza, la rabia y la soledad, existe otra razón por la cual la gente tiene miedo a compartir sus luchas con otras personas. En lo profundo de nuestro ser, estamos heridos en nuestro corazón y en nuestra alma. La tragedia de la historia de Adán y Eva es que alguna vez tuvieron intimidad pura el uno con el otro y con Dios. Nos conocíamos completa y verdaderamente y nos amábamos con un amor genuino, autentico y eterno. Este pecado en el huerto del Edén nos hirió a todos donde nos dolía más: en nuestra habilidad de dar y recibir amor autentico a Dios y a los demás.

Esta separación de Dios, que muchos en esta situación sienten, es el corazón del quebrantamiento sexual. Aun si eres un cristiano comprometido que odia pecar, este te mantiene alejado de Dios.

Nuestra inhabilidad para abrirnos a otros para ser conocidos completamente es lo que nos lleva a buscar intimidad falsa, temporal, egoísta, con sustancias y relaciones que nunca fueron diseñadas para cumplir esta función. Todas las drogas, el alcohol, la pornografía, el adulterio y el sexo del mundo, nunca podrán satisfacernos. Solamente una relación restaurada con Dios puede hacernos completos, y solamente a través de esta nueva unión podremos ser capaces de unirnos con otros en forma amorosa y saludable.

En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.” (1 Juan 4:10)

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