Por años trate de controlar mi adicción al pecado sexual. Me creí la mentira de que podía detenerme cuando quisiera. Que realmente no era tan malo. Que mis decisiones no estaban lastimando a nadie. Muy pronto mi adicción me llevo a hacer cosas aun peores y las cadenas de mi adicción se fueron haciendo más pesadas y más gruesas. Estuve profundamente hundido en la negación. Quería hacer lo que era correcto, pero por mi mismo no podía hacerlo.
Parte de la naturaleza humana es rehusarnos a cambiar hasta que el dolor es mucho más fuerte que nuestro miedo a cambiar. Negamos el dolor hasta que llegamos a un punto donde finalmente entendemos que necesitamos ayuda. La causa de nuestros problemas es nuestra naturaleza humana. Escogemos hacer las cosas que no son buenas para nosotros, aun cuando sepamos de las consecuencias. Pablo entendió esto cuando afirmo: “Realmente no me entiendo a mí mismo, porque quiero hacer lo que es correcto pero no lo hago. En cambio, hago lo que odio. Pero si yo sé que lo que hago está mal, eso demuestra que estoy de acuerdo con que la ley es buena. Entonces no soy yo el que hace lo que está mal, sino el pecado que vive en mí.” (Romanos 7:15-17). ¿Te suenan estas palabras familiares a ti y a tu comportamiento? Seguro que sí. Terminamos haciendo lo que no queremos y no haciendo lo que queremos hacer.
¿Por qué continuamos tomando decisiones tan pobres? ¿Por qué repetimos los mismos errores? En la raíz de la naturaleza humana por hacer lo malo esta nuestro deseo por estar en control. Queremos decidir por nosotros mismos lo que está bien y lo que está mal. Queremos tomar nuestras propias decisiones, hacer nuestras propias reglas. No queremos que nadie nos diga lo que tenemos que hacer. En esencia, queremos ser Dios. Pero esto no es nada nuevo. En Génesis 3, Adán y Eva trataron de estar en control. Dios los puso en el paraíso y ellos trataron de controlar el paraíso. Dios les dijo: “Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal.” (Génesis 2:16-17). ¿Qué hicieron ellos? Se fueron derecho al árbol prohibido, la única cosa en el paraíso que Dios le puso fuera de límites. El diablo les dijo: “en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos y serán como Dios”. (Génesis 3:5) y ellos querían ser como Dios. Ese ha sido nuestro problema desde los inicios de la humanidad. Hoy en día aun queremos ser Dios.
Jugamos a ser Dios negando nuestra humanidad y tratando de controlar todo por nuestras propias razones egoístas. Tratamos de ser el centro de nuestro propio universo. Jugamos a ser Dios tratando de controlar nuestra imagen, tratando de controlar a otras personas, tratando de controlar nuestros problemas y tratando de controlar nuestro dolor.
No podemos controlar todo lo que nos pasa, pero si podemos controlar la forma como respondemos a lo que nos pasa. Cuando dejamos de perder el tiempo buscando a quien culpar por nuestro pasado, entonces tendremos más energía para arreglar el problema. Cuando dejamos de esconder nuestra culpa y dejamos de acusar a otros, entonces el poder sanador de Cristo puede empezar a trabajar en nuestro corazón, nuestra mente, nuestra voluntad, y nuestras emociones. La solución entonces es empezar a tomar decisiones sanadoras y depender en el poder de Jesucristo para ayudarnos.
Mientras que no estemos dispuestos a admitir nuestra necesidad y reconozcamos que no somos Dios, continuaremos sufriendo las consecuencias de nuestras pobres decisiones. Estaremos llenos de miedo de que los demás descubran que no tenemos todas las respuestas, de que no somos perfectos. Tratar de ser el gerente general del universo es demasiado frustrante. Pretender ser Dios es también agotador pues exige demasiado trabajo. El vivir en negación sobre nuestros problemas requiere cantidades enormes de energía emocional, energía que podría estar siendo usada en la solución de los problemas en lugar de ser usada para evitar, negar y ocultar los problemas.
La cura para nuestros problemas llega de una forma extraña a nuestras vidas: llega a través de admitir nuestra debilidad y a través de un corazón humilde. Proverbios 28:13 dice: “Los que encubren sus pecados no prosperarán, pero si los confiesan y los abandonan, recibirán misericordia.” La Biblia dice que admitiendo nuestras debilidades encontraremos fortaleza: “Pues, cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Corintios 12:10b) Esta no es una idea popular para nuestra cultura autosuficiente.
Así que el primer paso para la cura de nuestros problemas es admitir que no somos Dios, que no tenemos el poder para hacerlo solos, que necesitamos a otros y que necesitamos a Dios, que somos espiritualmente pobres. Jesucristo afirma en Mateo 5:3: “Bienaventurados los pobres en espíritu” Al tomar la decisión de admitir que no somos Dios estamos admitiendo que no tenemos el poder para cambiar nuestro pasado, que no tenemos el poder para controlar a otras personas y que no tenemos el poder para hacerle frente a nuestros malos hábitos, comportamientos y acciones.
Las buenas intenciones no son suficientes. La fuerza de voluntad no es suficiente. Necesitamos algo más. Necesitamos una fuente de poder más allá de nosotros mismos. Necesitamos a Dios porque El nos hizo con esa necesidad de Él.
Detente inmediatamente y nombra aquello con lo que estas luchando, un habito, un problema, una herida. Admite delante de Dios que no tienes el poder para manejar tu vida y que necesitas su ayuda.
Este es solo el comienzo, si deseas saber más escríbeme un email o esta pendiente de las próximas publicaciones.
Un cordial saludo desde Orlando, Florida.
Diego
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